(E. Ernandes)
Ah, las charlas de café… algunos las prefieren con un vino tinto, otros con mezcal o tequila, unos más con un tecito y hay quienes son felices con un simple vaso de agua. Lo que realmente importa es la charla, el intercambio de ideas, el diálogo, comunicarse.
Es maravilloso sentarse y escuchar a quien conoce bien un tema, para éste es sublime cuando encuentra un buen oído. Estar rodeado de personas con quien poder hablar es, a fin de cuentas un verdadero regalo de la vida en estos tiempos.
¡Ay! Con frecuencia son tantas las palabras desperdiciadas, conversaciones huecas, sin sentido, decir por decir. Hablar y hablar sin cesar, creyendo con eso que todos pensarán que vale la pena escucharme, que soy un erudito, un virtuoso o simplemente ‘bien simpático’.
Sucede lo mismo en la música. Finalmente es un lenguaje, uno que busca comunicar, transmitir ideas, dialogar. Como cualquier otro tiene su vocabulario, sus reglas, su propia forma de construir frases, ¡y es maravilloso encontrar con quien platicar! Es genial toparse con buenos escuchas también.
¡Pero qué desastre cuando se desperdician tantas notas! Cuando en vez de diálogo son discusiones sin sentido, conversaciones huecas que no llevan a ningún lado, competencias por ver quién toca más rápido, con más técnica, con más virtuosismo aunque a fin de cuentas no diga nada.
Y luego me preguntan por qué tengo años sin ir a un ‘Jam Session’, caray ¡tan bonitos que eran los ‘Palomazos’! Cuando nos juntábamos a hacer música… ¡sí, a hacer música juntos! Porque hay una magia especial cuando platicamos de lo mismo, cuando no importa si es café o tequila, rock o jazz, pero terminamos sintiéndonos satisfechos y nos despedimos con ese buen sabor de boca… y de oídos.